Hoy, como casi todos los martes he pasado la tarde en casa de mi hija mayor, Ana. Me gusta estar allí, se respira vida, ilusión, creatividad y mucho, mucho amor.
Hace aproximadamente tres años, Ana abandonó el nido familiar para ir a vivir con Jose, su pareja entonces y marido hoy. Su marcha fue rápida en apenas unos pocos días, llegó una noche en la que dejó .no durmió en casa.
Por la mañana, al pasar por su habitación, y ante la puerta abierta y la cama sin deshacer, me detuve unos instantes....pero no sentí tristeza. Ana había tomado una decisión que la llevaba a tomar las riendas de su vida, de su futuro y esa actitud me enorgullecía. Mi niña había crecido y era una mujer valiente que libremente decidía abandonar el nido y trazar su senda en la vida..
Sin embargo, mi marido ha tenido otra actitud ante este hecho, y aún hoy siente la frialdad del hueco en el nido. Estoy segura que no es por falta de confianza en su hija, o por egoísmo.... es miedo, temor a que su hija pueda sufrir. Los padres, o mejor dicho, algunos padres, consideran que la marcha de un hijo o una hija es un abandono "injusto" del nido y no recuerdan cuando ellos hicieron lo mismo. La perspectiva con la que afrontan el nido es diferente cuando son padres a cuando son hijos.
De todas maneras, el cordón umbilical entre una madre y un/a hijo/a, con el paso del tiempo, va haciéndose cada vez mas flexible, capaz de recorrer cualquier distancia, quizás sea esa la razón por la que las madres, en general, afrontamos mejor ese "nido vacío".
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